viernes, 18 de diciembre de 2009

Iris

Sirenas..., si ellas supieran que he decidido contar nuestros secretos ¿Qué harían? Silenciarme, pero poner silencio en nuestro mundo es algo pacífico, solo me localizarían y me llevarían de regreso a él, a mi verdadero hogar, a uno de los lugares habitados en la profundidad del mar, pero yo no deseo eso, al menos aún no lo deseo, siento que debo permanecer más tiempo aquí, quiero vivir y despedirme de cada vivencia de este mundo seco y exterior y necesito de todo el plazo que me han dado.
Las sirenas no tienen pasado, simplemente aparecen en tu vida un día y según donde estén se mimetizan con su entorno, yo cuando comencé mi viaje en este mundo
nadé hasta una roca, uno de nuestros lugares para emerger cerca de un acantilado donde antes salíamos a cantar a los marineros y amarlos, “la cala de las sirenas” se llama aún por las leyendas orales que se han conservado, cerca de Cabo de Gata, allí llegue al atardecer.
Había una tienda de campaña en la cala, dos jóvenes habían echo fuego en la playa, aún era primavera, pero ya iba a llegar el verano, uno de ellos me vio, vino nadando hasta mi, yo no llevaba ropa, pensó que me había caído de un barco y le deje creer asintiendo, ese día era morena y me sentía seductora y divertida, quería reír, quería sentir caricias, deseaba conquistar a un hombre.
El me envolvió en una toalla y me arrimó al fuego, su compañero me miraba, los dos tenían su vista fija en mi, me gustaba sentir mi piel recorrida por sus ojos, el pelo se seco rápidamente y era una caricia en mi espalda, era muy sensual sentir mi poder sobre ellos, no solo la belleza, también el misterio y la intriga cautivan, me prestaron ropa y cante para ellos, mi canto los convenció de que todo era normal y que de alguna forma les recordaba a alguien querido y conocido, al terminar pensaban que era una vieja amiga de ambos, dormimos mirando al cielo y las estrellas, cuando amaneció se ofrecieron a llevarme a mi casa, pero yo insistí en quedarme con ellos, me llevaron a una casa en la que había más jóvenes, mi primer nombre fue Iris.
Mis ojos eran negros, mi pelo oscuro, mi piel dorada por el sol, empezó mi primer día, cada día fuera del mar es como si pasara un año humano por mí, puedo emerger con mi bella apariencia pero comienzo a deteriorarme con el transcurso de los días porque tras sólo una semana, por mi aspecto transcurren siete años, hasta que vuelvo a sumergirme en el mar y emerjo con mi edad de sirena que es constante, allí en mis lugares no existe el tiempo y siempre somos igual no hay un antes y un después, ni cambios en nuestra apariencia, se mantiene y no nos resulta extraño porque en nuestra forma de conocer el mundo es lo habitual.

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