domingo, 3 de enero de 2010

OTRA VUELTA DE TUERCA


“Júpiter ha dado los cuernos al toro, los cascos al caballo, las patas ágiles a las liebre, la boca armada de dientes al león, las aletas a los peces, las alas a los pájaros y al hombre la razón. Muy poco le quedaba para la mujer y le dio la fascinación, que le valiese como garras, alas y demás cosas. He aquí por qué las hermosas vencen al hierro y al fuego” (Anacreonte, poeta griego del siglo VI a. de C.)

Siempre están a punto de descubrirnos, pero al final… nada, nos escurrimos de la realidad como el agua entre las manos, resbalamos en el pensamiento humano entre la certeza y la intuición.
Nuestra historia en el mundo seco proviene de los mitos clásicos, en Grecia, se decía que las sirenas eran hijas de Calíope y del rey Aqueloo y que vivían en Sicilia, en una isla cercana al Cabo de Pelore. A pesar de ser ninfas de agua se nos atribuía cuerpo de ave y cabeza de mujer, y así nos representaban como en el poema de la guerra de Troya cuando cuentan que nuestros cantos intentaban seducir a Odiseo, los nombres que nos atribuían aludían a nuestras voces: Aglófona (voz brillante), Telxiepia (palabras encantadoras), Pisíone (la que persuade el espíritu) o Molpo (el canto); pero hoy se puede profundizar más en esa historia y ver que es en mitos más antiguos que los griegos donde se da más luz sobre nuestra naturaleza, ahora que se han conseguido descifrar las tablillas de la civilización sumeria se sabe que los primeros dioses y diosas de ella eran acuáticos y en aquella época se relacionaban sin problema con el hombre dándose a conocer según su naturaleza.
Más se nos conoce por relatos de marineros, que son los únicos que consiguieron vernos en nuestro elemento y nos relacionan con la seducción y la muerte, la belleza y el peligro, quien cree en el misterio cree en nosotras.

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