“Jacob y Raquel sospecharon que Labán intentarían un truco como ese, así que acordaron una serie de señas con la que la novia velada se identificaría ante el novio. Sin embargo, cuando Raquel vio que su padre llevaba a Lea al palio nupcial, no pudo soportar ver a su hermana deshonrada en público y le reveló las señas acordadas con Jacob”. (Rashi, Rabi Shlomo Yitzjaki, comentarista de la Biblia y el Talmud).
Cuando se interpuso el hombre entre dos hermanas, como entre dos amigas, se acabo la lealtad, de pronto pensaron que nada más era importante, toda la gratitud y el amor filial se desvanecía ante la competitividad, pero la llama aún estaba allí escondida tras la vanidad de ganar la conquista, aun podían recuperar su mutuo cariño, hasta que el hombre eligió, la menospreciada sintió el dolor doble, de la derrota y el desaire, ¿por qué no me amas? Podía oír repetir a su pensamiento ¿por qué?.
Su pacto de permanecer unidas se convirtió en una carga, vivir sin ser admirada, sin un roce excitado ante su piel, tendría que soportarlo.
Por eso las sirenas cuando competimos y el hombre elige, nos unimos, eligiéndonos una a otra, nunca sustituimos nuestra bella cadena de especie, por otra que nos una a un hombre que nos comparta, y solo es él el rechazado.