“Circe… me dijo estas palabras: Oye ahora lo que voy a decir y un dios en persona te lo recordará más tarde: llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve…y empezaron un sonoro canto…conocemos también todo cuánto ocurre en la fértil tierra... Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de oírlas…” (Homero –La Odisea)
El otro Ulises, aquel que cantó otro poeta, y su canto no llegó hasta nosotros, ese fue mi Ulises, el que me escucho y se sumergió junto a mi para no emerger nunca más, aquel con el que luche en la conquista y vencí, y luego, sin él, fui vencida, él, solo él, al que ahora busco para medir de nuevo nuestras fuerzas, para reír juntos, para oír sus sueños, al que no encuentro en ningún otro hombre porque solo su mirada tenía poder sobre mi para hacer que le odiara, que le deseara, que midiera todo mi arte de seducción, ¡cuánto me costo doblegar su voluntad! Y cuanto me cuesta aceptar que lo conseguí. Si tuviera lagrimas lloraría, si pudiera regresar al día en que su nave llego hasta mi le dejaría ir, solo querría mirarle de nuevo desde la orilla.
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