(Final del cuento de la Sirena Valiente)
El príncipe miraba preocupado por la borda del barco, pronto tendría que demostrar su valor, enfrentarse a un ser desconocido y destruirlo, había habido otras pruebas de fortaleza en su corta vida, pero siempre se sentía favorecido porque ocurrían en un marco protegido por el rey, su padre, ahora estaba solo, nadie podía verle dudar cuando comenzara la lucha, ¿contra qué? ¿un monstruo, un animal, acaso otro hombre?, en cualquier caso, quería conseguir más confianza en el combate, bastante era ponerse en escena, para hacerlo con las manos desnudas y sin precauciones, el príncipe sabía que su padre cuando luchaba lo hacía con ciertos preparativos que le daban ventaja y él quería contar con ellos.
Llamo a la hechicera, cuando ella estaba cerca, sentía una especie de ahogo, estaba seguro de provocar reacciones en esa mujer, pero ¿qué era?, se preguntaba, ¿acaso una maga podía amar?, muchas veces hubiera querido hacerla una más de sus concubinas, pero no podía ser, su ley lo prohibía, por eso, se sentía turbado cuando estaba a su lado, miraba sus bellos ojos y no sabía leer en ellos, solo perderse.
Úrsula escucho al príncipe, quería luchar, pero seguro, había oído hablar de escudos que hacían invisibles a los que los portaban, permitiendo acercarse al oponente, sin ser vistos, de espadas que eran invencibles y con solo tocar a la victima por poco que fuera la obligaban a morir, eso quería su príncipe un combate desigual, vencer con prodigios, y trampas, como en las gestas cantadas, héroes anteriores habían hecho, Teseo, Jasón, Perseo, todos habían ido a la lucha con argucias o ventajas poderosas.
Contra las criaturas del mar hay un arma infalible, el ruido del choque de metales, eso las confunde y desorienta, claro que deben estar fuera de su elemento marino para hacer que lo escuchen, Úrsula, procuró una armadura de brillante metal que reflejaba los rayos del sol, y hacía difícil mantener la mirada, procurando de hecho una especie de invisibilidad, mando que los hombres chocaran sus armas con gran estruendo para todos, y dio una espada sumergida en veneno paralizante a su querido príncipe, que sorprendió al monstruo mujer y lo partió en dos separando la parte no conocida de la humana, quemaron los restos y recogiendo los tesoros y a la vencida sirena, que nunca tuvo la menor posibilidad de luchar, marcharon en su nave de vuelta a su reino.
En el camino la sirena que había perdido su canto, solo lloraba, la maga sintió el dolor y sintió el desprecio, ambos a la vez, y tomando a la sirena la salvo arrojándose juntas a la mar que se las tragó al instante.
Llamo a la hechicera, cuando ella estaba cerca, sentía una especie de ahogo, estaba seguro de provocar reacciones en esa mujer, pero ¿qué era?, se preguntaba, ¿acaso una maga podía amar?, muchas veces hubiera querido hacerla una más de sus concubinas, pero no podía ser, su ley lo prohibía, por eso, se sentía turbado cuando estaba a su lado, miraba sus bellos ojos y no sabía leer en ellos, solo perderse.
Úrsula escucho al príncipe, quería luchar, pero seguro, había oído hablar de escudos que hacían invisibles a los que los portaban, permitiendo acercarse al oponente, sin ser vistos, de espadas que eran invencibles y con solo tocar a la victima por poco que fuera la obligaban a morir, eso quería su príncipe un combate desigual, vencer con prodigios, y trampas, como en las gestas cantadas, héroes anteriores habían hecho, Teseo, Jasón, Perseo, todos habían ido a la lucha con argucias o ventajas poderosas.
Contra las criaturas del mar hay un arma infalible, el ruido del choque de metales, eso las confunde y desorienta, claro que deben estar fuera de su elemento marino para hacer que lo escuchen, Úrsula, procuró una armadura de brillante metal que reflejaba los rayos del sol, y hacía difícil mantener la mirada, procurando de hecho una especie de invisibilidad, mando que los hombres chocaran sus armas con gran estruendo para todos, y dio una espada sumergida en veneno paralizante a su querido príncipe, que sorprendió al monstruo mujer y lo partió en dos separando la parte no conocida de la humana, quemaron los restos y recogiendo los tesoros y a la vencida sirena, que nunca tuvo la menor posibilidad de luchar, marcharon en su nave de vuelta a su reino.
En el camino la sirena que había perdido su canto, solo lloraba, la maga sintió el dolor y sintió el desprecio, ambos a la vez, y tomando a la sirena la salvo arrojándose juntas a la mar que se las tragó al instante.
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