Una vez escuche que, como las pirámides, hay mujeres que
sortean el paso del tiempo, mi madre era una de ellas, siempre bella, siempre
fresca y alegre, creativa y eternamente joven.
La arena del tiempo pasaba por ella y solo la redondeaba
como a las montañas, permanecía en pie haciendo barrera contra cualquier
contrariedad, protegiendo a su familia.
Permanece en todo lo que una vez estuvo cerca de ella, mi
padre la llamaba “su gacela” y así es como ella se movía, tenía dos preciosos
nombres que la definían, Ángela Cristina, siempre hay miembros en las familias
alrededor de los que se hace balance de los antepasados y el futuro, ella era
la figura que definía el tiempo y paisaje familiar, la protagonista, como
novia, como madre y como abuela, siempre el personaje más importante de su
entorno.
De niña se deslizaba por una montaña en las afueras de
Huercal-Overa, junto a la carretera, porque pensaba que algún director de cine
pasaría y prendado de su agilidad la contrataría como artista, actúo de jovencita
en el teatro y se quedó en blanco recitando, nadie se dio cuenta porque nadie
esperaba nada más que verla hablar y sonreír, solo mirarla era gratificante.
Tenía una memoria excelente y se hizo maestra, así llegó a
Olula del Campo y vivió dejando algo inolvidable en sus alumnos, después fue
madre, y sobrevivió con mi padre, que también era maestro en Palomares, en tiempos de cambios
tras la guerra civil española, con sopas de acelgas del campo y cartillas de
racionamiento, allí pasó los años que luego se
recuerdan a lo largo de la vida con más ardor.
Nacimos mis hermanos y yo, la vida continúo impermanente
cada detalle, con ella como sólida unión de eslabones, mamá, Angelita, Geli…
Mi madre
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