A Olga le gustaba amar, coleccionaba caracolas, perlas, pequeños animales y los obligaba a estar siempre a su lado. Cada día miraba y tocaba a sus seres queridos dentro de su espacio, su amor no necesitaba correspondencia, por eso, no le importaba lo que esos seres podían sentir al tener que acompañarla o estar estáticos para ella en un solo lugar.
Conoció a algunos hombres, todos perecían amados, consumidos en un mundo sin condiciones vitales para ellos, eran sustituibles, muy parecidos entre sí, algunos le habían tenido miedo al conocer su secreto, otros, solo curiosidad o admiración por verse elegidos, pero qué importaba, estaba acostumbrada a tener que cambiarlos.
Hombres, caracolas, diferentes e iguales, calmaban su descontento corazón, sentía placer por lo que le pertenecía y ella no pertenecía a nadie.
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