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Me quite la ropa para subir a un árbol; mis muslos desnudos abrazaron la corteza húmeda y lisa; mis pies pisaron sus ramas.
Ya en lo alto, entre las hojas y defendida por su sombra del calor, me puse a caballo sobre una rama horquillada balanceando los pies en el aire.
Había llovido. Las gotas que caían de las hojas escurrían por mi piel. Mis manos estaban manchadas de musgo y mis pies al aplastar las flores se habían teñido de rojo.
Cuando el viento pasaba a través de la copa empapada aún, el árbol se removía todo; yo entonces apretaba más las piernas y juntaba mis labios entreabiertos con las húmedas ramas.
(Pierre Loüys, “Las Canciones de Bilitis”)
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